Aprender, para ser libres. ¿Qué tienen que saber los alumnos? (I)

Según expertos educativos como Lawrence Cremin, los programas de estudio, tal y como se encuentran comúnmente configurados, son los principales responsables de los males que padece la educación .

En demasiadas ocasiones, los programas abarcan y absorben todo, hasta tal punto que son capaces de engullir a la propia institución educativa. 

¿Es viable afrontar, realmente, la enorme cantidad de contenidos que las diferentes leyes educativas y planes correspondientes nos imponen?

La Educación merece una mirada de tiempos y espacio

Lawrence Cremin. Popular Education at its discontents

La cuestión es que está demostrado que cualquier organización que desee avanzar, necesita tiempo.  Y nada desenfoca más que tener que hacer muchas cosas y no dar espacio para que se hagan realmente bien. 

¿Quiere decir esto que en las escuelas solo se debe enseñar a leer, escribir, sumar y restar? ,  ¿y poco más?   

Evidentemente si, probablemente no.  Parece que tiene sentido que el conocimiento deba ir, por tanto, mas allá de los planes de estudio y debería, al menos,  comprender tres objetivos principales: 

Cuando esto sucede en su totalidad, surge lo que pensadores como David Perkins denominan conocimiento generador: aquel que no es acumulativo de manera exclusiva, sino que enriquece a las personas, ayuda a comprender y desenvolverse por el mundo, por la vida en definitiva.

De similar manera, José Antonio Marina nos abre la mirada hacia la inteligencia ejecutiva, aquella que va mas allá de la meramente cognitiva.

«No vivimos para conocer, sino que conocemos para vivir de la mejor manera posible»

José Antonio Marina

Giner de los Ríos, insistía en que el mero hecho de estudiar para los exámenes no supone un conocimiento significativo,  a menos que los alumnos recuerden esos conocimientos cuando los necesiten en el futuro. De poco sirven conocimientos por conocimientos, que no se comprenden.  Si uno no entiende la historia, nos capaz de ver su desarrollo, no podrá captar los acontecimientos presentes, votar con lucidez o conducir su propia vida teniendo en cuenta las fuerzas históricas que le acontecen. 

Por otro lado, el uso activo del conocimiento no reporta ningún beneficio si esos conocimientos no se aplican en situaciones de la vida misma, aquellas en las que es necesario aportar soluciones o tomar decisiones. 

Adler propone  tres fines principales:

Necesitamos pues un aprendizaje reflexivo, donde predomine el pensamiento y no solo la memoria. 

Es preciso tener un marco pedagógico donde el aprendizaje gire en torno al pensamiento y en donde los alumnos aprendan reflexionando sobre lo que aprenden.

Si el aprendizaje es una consecuencia del pensamiento, solo es posible retener, comprender y usar activamente el conocimiento mediante la experiencia de aprendizaje, en las que los alumnos reflexionen sobre lo que están aprendiendo y con los que están aprendiendo.

Normalmente a nuestros alumnos les brindamos primero el conocimiento, y posteriormente  les mostramos qué pueden pensar y hacer con el conocimiento adquirido. 

Quizá la idea sea la contraria, puesto que el conocimiento, lejos de ser previo al pensamiento, va de la mano del mismo: en la medida en que reflexionamos sobre los que estamos aprendiendo y con el contenido de lo que estamos aprendiendo, lo aprenderemos racionalmente. 

La memoria trabaja mejor si se analiza lo que se está aprendiendo, si se encuentran pautas y se relaciona lo aprendido con el conocimiento que ya se posee. Es más, si se parte generosamente de lo que el alumno ya sabe, lo que ya contiene y trae de serie.  

«No puedo enseñar nada a los alumnos, porque ya lo saben todo»

Johann Heinrich Pestalozzi.

El arte de recordar es el arte de pensar. Cuando se requiere fijar algo nuevo en la mente, el esfuerzo consciente no debería limitarse a retener el nuevo conocimiento, sino más bien a conectarlo con otras ideas y conceptos  que ya sabemos. Conectar es pensar, y por tanto nuestras escuelas deberían girar en torno al pensamiento y no solo al conocimiento.

El aprendizaje intelectual, decía John Dewey, debe incluir seguramente la acumulación y la retención de la información. Lo que sucede es que esa información se transforma en una carga, a veces insoportable, cuando no es comprendida, cuando es un mero peso informativo.  

«Es preciso distinguir entre formación e información»

John Dewey

La comprensión implica que se ha aprehendido, en sus relaciones mutuas, las diversas partes de la información adquirida, y el resultado positivo se alcanza cuándo hay una constante reflexión acerca de lo que se estudia, para qué se estudia.  

Ese proceso de aprendizaje debería incluir al menos un modelo, unos pasos como los siguientes:

1. Identificar patrones y hacer generalizaciones.

2. Generar posibilidades y alternativas.

3. Evaluar evidencias, argumentos y acciones.

4. Formular planes y acciones de verificación y supervisión.

5. Identificar afirmaciones, suposiciones y prejuicios.

6. Aclarar prioridades, condiciones y lo que se conoce.

Será preciso entonces, que la Educación realmente se centre en el alumno, que tenga en cuenta sus intereses y habilidades.

Una enseñanza que nazca de lo que el alumno sabe y a partir de ahí, construir.


La confianza es como un boomerang.
Es necesario abandonar el ego del Maestro, creer en el alumno, partir desde él, y confiar, confiar y volver a confiar. O lo que es lo mismo, establecer una calidad de la relación con el alumno, que permita construir un puente para crear  un contexto de posibilidad para la transformación. 

Continuará (….)

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