Actualmente al docente se le exige prácticamente ser un Superman en el aula. Ya no es suficiente con haber obtenido la titulación correspondiente que le posibilita legalmente a ejercer su profesión, sino que además debe estar certificado en idiomas, encontrase al día de las nuevas metodologías activas y corrientes pedagógicas, dominar el office, google, wikis, moodle, robótica, nuevas formas de evaluación -lo contrario a calificación.. – dominar las habilidades del coaching, saber de mindfulness, conocer el aprendizaje basado en problemas y el aula invertida, las diferentes vertientes de la arquitectura escolar y cómo influye en la dinámica de aula, el aprendizaje por proyectos, etc.
Además de lo anterior, la escucha empática, la generosidad y la humildad de partir de lo que el alumno sabe para configurar la clase, así como adaptar la metodología a las necesidades de cada alumno y tratar de hacer que sean » dueños de su propio aprendizaje”.
En definitiva, un sinfín de habilidades y competencias que se antojan como fundamentales para desarrollar adecuadamente su labor. Realmente cuando releo los párrafos anteriores, no hago si no darme cuenta y recuento, las innumerables cualidades que ha de tener un Maestro. El grado de exigencia es tal que no es de extrañar que sea una de las profesiones con más estrés.
Lo que me sorprende, lo más curioso de esta situación, es que este nivel de exigencia se encuentra en contraposición con las facilidades dadas para el correcto desempeño de su labor:
- Carga enorme de trabajo, donde en demasiadas ocasiones el tiempo extra de dedicación no se encuentra remunerado – preparación de clases y de material didáctico, trabajo administrativo, atención a alumnos y padres fuera del horario escolar, formación continua… – .
- Ausencia de espacios adecuados, donde la escasa habilitación de las aulas crea temperaturas excesivas de calor y de frío, ambientes ruidosos e inoperantes desde el punto de vista pedagógico.
SOHO Bund / AIM Architecture. Fotografía de Dirk Weilblen - Materiales didácticos insuficientes y/o inadecuados -se llega a casos en que los propios docentes tienen que aportar su propio material-. Ni que decir de las herramientas tecnológicas, en demasiadas ocasiones del todo obsoletas – algunos centros parece que van por windows 95…-
- Excesivo número de alumnos en clase, en el que atender las dificultades de aprendizaje de los mismos y su la diversificación. Crear motivación e interés, se antoja como una empresa prácticamente imposible.
- Leyes y más leyes de educación cambiantes, en las que el alumno y el docente se encuentran en último lugar – 7 leyes diferentes en España en los últimos 38 años, 2 reformas en 40 años en Finlandia…. – .
Si a todo lo anterior añadimos la falta de reconocimiento social hacia su profesión, sinceramente o se tiene mucha vocación, o se debe estar algo perturbado para querer dedicarse a la profesión docente.

Porque tampoco debemos olvidar que las condiciones salariales no son boyantes, con, en muchas ocasiones, contratos indefinidos a tiempo parciales, congelaciones salariales, y un nivel de poder adquisitivo muy bajo en relación a la labor que realizan, fundamental en cualquier país: el desarrollo del mismo.
Sí, exigir sí. Sin duda. Exigencia de los organismos políticos y educativos, de los centros escolares, de las familias, de la sociedad en general, pero empecemos a dar al Maestro las facilidades para llevar a cabo su labor, démosles espacio y tiempo, reconozcamos su labor social, atendamos y escuchemos para que puedan adelantarse a las necesidades del alumno, no es como se enseña, es también como se aprende.
Exijamos. Tienen que ser los mejores. Pero cuidemos, porque cuidar al docente, es en definitiva cuidar al niño.