
Hace ya casi 125 años, D. Francisco Giner de los Ríos, a raiz del Congreso Pedagógico de Madrid (1891)¹ comentaba en sus escritos que los exámenes al uso no hacían sino » (…) educar a un potro para las carreras (…) «, que esta práctica educativa «(…) desmoraliza, obliga a desatender los fines superiores de la misma y hace imposible la diversidad y originalidad de ésta, imponiendo a todos un tipo único(…)»
Sin embargo, pasan los años, pasa un siglo. Pasan las metodologías. Pasan las leyes de educación. Y aquí seguimos, con el examen como prueba formal monopolizadora de la evaluación, mientras el alumno pierde «(…) la investigación original, el punto de vista personal y fresco, que es lo único que puede despertar su interés, abrir su espíritu, dilatar su horizonte, fortalecer su inteligencia y su amor al saber y al trabajo, ¿de qué le sirve todo esto en el examen? (…)» Seguramente de nada, porque el examen tal y como está configurado, es lo más opuesto al aprendizaje. Sobre todo partiendo de la base que la evaluación del saber, que no del contenido, debe ser conjunta, esto no es tuyo, ni mío, es nuestro.
La evaluación tiene que ser por fuerza un medio y no el fin de nada. Debe construir aprendizaje porque es, en definitiva, un compromiso con el propio proceso de aprender. El contenido por el contenido, hace que el alumno acometa «(…) el rápido olvido de lo que de ese modo y con tal fin se aprende; el cultivo obstinado de la superficialidad para tratarlo todo, compañera inseparable de la incapacidad para tratar a fondo nada, el deseo, no de saber, sino de parecer que sabemos(…)» y acaba sucumbiendo a «(…) la subordinación de la espontaneidad y la sinceridad al convencionalismo de las respuestas a un programa (…)»
Nos dice sabiamente D. Francisco que «(…) por este camino, al joven ya no le importa comprender el mundo en el que vive, las fuerzas que ha de manejar, la humanidad a la que pertenece , ni trazarse un ideal elevado para su conducta (…)» ¿Acaso hay descripción más poética sobre cuál es el camino verdadero de la Educación?
Evidentemente, no se trata de despreciar por despreciar el examen como método «(…) si por examen se entendiese la constante atención del maestro a sus discípulos para darse cuenta de su estado y proceder en consonancia ¿quien rechazaría semejante medio? (…)»
Sin embargo lo que viene sucediendo es la escasa imaginación a la hora de evaluar al alumno, al que Giner tiene a bien llamar acertadamente discípulo. Acostumbrados a que el examen formal mida meramente la adquisición de datos, éste se convierte pues en un proceso de etiquetado y sus consecuencias, una calificación meramente numérica, que puede ser necesaria pero también limitada y limitante; por cuanto acaba construyendo un juicio arraigado, que hace interpretar la realidad de una manera que limita el desarrollo potencial del alumno. Es decir, es muy diferente sacar un 3 en matemáticas, que ser un tres. No somos lo que sacamos, podemos hacer el tonto pero no serlo.
«(…) el examen es, como muchas otras cosas; bueno, cuando es ocasional, sencillo y espontáneo, pésimo cuando es reglamentario, mecánico y solemne (…)» Frederic Harrison
En demasiadas ocasiones el examen, el ejercicio de repaso, el control, solo mide de una manera a todos los que somos diferentes. Esto sin duda alguna determina la manera de enseñar, porque de manera inevitable nuestra manera de evaluar condiciona la manera de aprender de los alumnos. En la actualidad a través de la rúbrica, el portfolio, diario de aprendizaje, dianas de evaluación, escaleras de metacognición, autoinformes, parece que al menos es posible ofrecer otra mirada hacia el alumno y su evaluación. Y sin embargo cuantos todavía se aferran a la misma prueba, a la misma mirada.
Embed from Getty ImagesSi somos capaces de cambiar la mirada hacia el alumno, cambiaremos entonces la evaluación y por tanto el aprendizaje. Una mirada que le permita aprender a avanzar, a superar, aceptar lo que le rodea y acontece. Cuando cambiamos la manera en que miramos las cosas, las cosas que miramos cambian.
Embed from Getty ImagesPero no se trata sólo de cambiar la técnica. Se trata de cambiar la mirada.
Esa mirada es construir aprendizaje. Es reconocer que hay una gran diversidad de maneras de aprender. Es mirar desde el alumno y no desde nosotros mismos.
Esa mirada es aceptar al alumno. Quererle. Es salir de nuestra manea de ver el mundo para verlo con sus ojos.
Esa mirada es escucharle; es incluso preguntarle cómo quiere ser evaluado.
Esa mirada es confiar en el alumno, no por lo que sabe sino por lo que es como ser humano.
Esa mirada es respeto, por su manea de interpretar la realidad, por sus ilusiones, sus creencias, su modelo mental, su estilo de aprendizaje
Sin esa mirada, pura, sincera y vocacional, ya podremos modificar las metodologías, que seguiremos sin ver al alumno. Giner no solo miró, sino que supo mirar desde el corazón.
¹ Obras Selectas. Francisco Giner de los Ríos.
Edición de Isabel Pérez-Villanueva
Espasa Calpe 2004
Muy Instructivo. Deberian leerlo todos los profesores lo que el examen provoca «el alumno pierde «(…) la investigación original, el punto de vista personal y fresco, que es lo único que puede despertar su interés, abrir su espíritu, dilatar su horizonte, fortalecer su inteligencia y su amor al saber y al trabajo»,
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